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Desde hace ya 10 años, nos hemos enfocado en cumplir la misión con que nos consolidamos como empresa: contribuir al bienestar de las comunidades en donde viven los artesanos, integrando su trabajo tradicional en productos y canales innovadores que generen oportunidades de trabajo justo y constante. Con el tiempo hemos sumado cada vez más comunidades con las que trabajamos codo con codo, así como lograr alinearnos a 8 de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Y desde hace algunos años hemos logrado poner en marcha nuestra plataforma Meet The Artisan.
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Es una plataforma diseñada para complementar nuestra misión y que cubre una de las características más importantes que nos definen: que quienes reciban un producto de Someone Somewhere puedan conectar con el artesano que creó su prenda o accesorio nuevo. Nuestra etiqueta está pensada para que las cosas no sólo queden en que tú recibas tus favoritos, sino que puedas conocer quién los creó y de dónde vienen, además de saber más acerca de los y las artesanas por medio de esta plataforma.
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Primero puedes checar la etiqueta de tus playeras, mochilas, estuches y sudaderas Someone Somewhere. Recuerda que SOMEONE es por los artesanos que crean tus productos, y SOMEWHERE es por el lugar al que llaman hogar. Luego, entras a la plataforma MTA y escribes el nombre de la artesana o artesano. Podrás leer: quiénes son, cuáles son sueños y más. Además, podrás conectar con ellos, dejándoles un mensajito. Meet The Artisan es una plataforma para ti, así que ¡extiéndete todo lo que quieras!
Todos los mensajes llegan a las artesanas y artesanos hasta sus distintas comunidades. Y verlos disfrutar de su trabajo y sentirse orgullosos de ello es lo que nos motiva a nosotros a seguir llevando más lejos la artesanía mexicana.
Dentro de los testimonios encontrarás anécdotas de todo tipo. Entre ellas, dos de las que más nos han emocionado son las de Gilberto y Viridiana. Aquí abajito te mostramos una versión narrativa tomada de la entrevista que nos regalaron el año pasado.
Al terminar una jornada más, otro muro pintado de pe a pa, Gilberto regresaba exhausto a su hogar, en una comunidad de Oaxaca. Bajaba por el camino de terracería directo a la casita que él mismo le había construido a su familia, cuando algo llamó su atención. Nunca antes se había detenido a observar aquel árbol, pero ahora, florido y con los primeros frutos de las lluvias, no pudo resistir acercarse al terreno cercado. No era una valla difícil de cruzar, y las ciruelas se veían tan deliciosas, todavía bañadas por los restos del aguacero de anoche. Sin pensarlo más, entró al terreno ajeno, sin percatarse que un vecino lo observaba desde el camino. Antes de averiguar qué hacía Gilberto, el vecino corrió por el camino a informar que algo se traía entre manos.
Más pronto de lo que quisiéramos, la policía respondió al llamado, acudió veloz al terreno junto al camino y descubrió a Gilberto todavía cortando ciruelas y deleitándose con ellas.
–¡Qué bonito te ves robando, jijo de tal por cual!
Gilberto quiso excusarse, pero le costó articular con el bocado todavía entre dientes. Los policías ya lo aprehendían con un par de esposas, mientras las ciruelas rodaban de las manos del pintor. Un señor que bajaba por la vera del camino escuchó el forcejeo, los insultos de la autoridad, los denuestos del vecino, y algo vio en la actitud de Gilberto que le hizo entender la injusticia.
–¡Hey, señores!, ¿a dónde llevan a mi muchacho? Yo le dije que cortara sus ciruelas pa’ llevarlas a casa, conozco al dueño del terreno.
–¿Conoce a éste, don?
–Trabaja conmigo en los telares, acaba de salir de mi taller y ya se iba pa’ su casa.
La autoridad no tuvo más que soltar a Gilberto y retirarse tras la insistencia del señor. El joven le dio las gracias y lo acompañó el resto del trayecto. El señor no desaprovechó la ocasión de invitarlo formalmente a formar parte de su taller de tejedores, a lo que Gilberto, sintiéndose en deuda y comprometido a devolverle el favor, aceptó sin pensárselo dos veces. Doce años estuvo perfeccionando su técnica en el telar de chicotillo, hasta que el dueño del taller falleció. Gilberto continuó en el taller, siempre agradecido con la vida por haberle permitido encontrar su camino.
Viri, en la cocina de su hogar, prepara las gelatinas y flanes que sus hijas le ayudarán a vender mañana mientras ella cumple su jornada en el taller que le da sustento a la familia. Disfruta enormemente este momento del día, pues puede hablar libremente y pasar tiempo con su familia. No sólo la llena subirse al telar de chicotillo, bailar al son del tejido, también le emociona hacer repostería, de vez en cuando aceptar algún trabajo de estilista y convivir con vecinos y compañeros. No obstante, el trabajo en el taller consume la mayor parte de su día; a veces el dinero suele escasear, por lo que no siempre hay suficiente para comprar los ingredientes. Aun así le gusta mantenerse activa, sentir que poco a poquito les brinda un mejor futuro a sus hijas.
Lleva poco más de un año trabajando como tejedora. Desde que llegó, la convivencia ha sido lenta y difícil, principalmente porque la mayoría de sus compañeros son de pocas palabras y ella es, como le dicen con frecuencia, “muy argüendera”. Le gusta convivir con todos, conversar es una pasión para Viridiana, pero al parecer en el taller hay un ambiente un tanto parco. La navidad pasada quiso organizar un convivio, con piñata, comida y todo, pero como no le hablaba a casi nadie, no se dio la oportunidad. Pronto se fue haciendo de nuevas amistades, así que, para la segunda navidad que le tocaba vivir en el taller, la organización de una posada con intercambio de regalos fue pan comido.
Gracias a Viri, la comunicación entre compañeros de oficio se había vuelto íntima, confiada, natural. Cada compañero suyo propuso llevar el mejor guiso que hacen en su casa, el mejor pulque, tequila, chilate; hubo quienes se propusieron para tocar la guitarra, el acordeón, cantar, y por supuesto, quienes se ofrecieron para decorar el taller, comprar los cohetes, llevar postres para todos. El compañerismo y el espíritu de convivencia que vivieron no sólo artesanos, también algunos de sus hijos y compadres, rara vez se veía en las fiestas decembrinas.
–Estuvo muy bonito, salió todo muy bien, Viri. De no ser porque animaste a todo mundo a participar, no hubiera salido tan padre.
–Es que yo no necesito una fecha especial para convivir, con que nos reunamos todos y la pasemos a gusto, yo estoy feliz. Por eso yo siempre convivo con todos.
Tú también conoce más de cerca la increíble labor de cientos de artesanos mexicanos y conecta con ellos a través de nuestra plataforma. Explora nuevos horizontes con los productos que encontrarás en nuestra tienda en línea.
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